lunes, 25 de febrero de 2013

¿De quién es la empresa?



Esta pregunta fue causa de un intenso debate social en los años 60, donde se ponía a discusión la propiedad de la empresa desde su sentido dominical, y por otro lado se reivindicaba el protagonismo de los trabajadores en el proceso de producción y desarrollo. Fueron tiempos del capitalismo popular por un lado y la entrada en los Consejos de Administración de los representantes sindicales por otro. Sin embargo, el déficit democrático de esta representación, nos ha dado como resultado, verificar lo obvio, que las empresas no se gestionan desde los Consejos de Administración.

Que a estos órganos de administración, los informes llegan elaborados, cerrados y los consejeros alejados de la gestión no tienen posibilidades ni de reorientar, ni controlar, y mucho menos oponerse, solo queda la heroica decisión de dimitir denunciando. Así lo estamos observando por el funcionamiento en las grandes empresas, en las del Ibex y especialmente en el sector financiero (Cajas).


Ahora estamos entrando en otra fase, con más experiencia y un largo recorrido de fracasos. La crisis nos ha enseñado tantas cosas, que debemos sacar buen provecho de ellas. Una primera conclusión, es que los trabajadores tienen que empezar a comprometerse con su empresa, comportándose como “si la empresa fuese nuestra”. Es la respuesta del siglo pasado a las exigencias del presente. La empresa ya no es de los accionistas, porque la mayoría, o son de los bancos, o pertenece a grupos que las dirigen desde estructuras alejadas, el propietario se ha diluido, solo en las pymes sigue presente el propietario gerencial. Y precisamente por esa desaparición, es el momento de comprometerse en pactos de gestión y buen gobierno dentro de la empresa a cambio de los sacrificios que se están solicitando, y esto es de aplicación al sector privado, como al público. Organizando la empresa con una transparencia total, donde los circuitos tanto de trabajo como financieros estén controlados y sea imposible que la corrupción y el fraude penetren de nuevo en ellos. Es el momento de más transparencia y participación, para conseguir mejores soluciones globales de los proyectos empresariales. Salir de la crisis con la misma estructura que entramos, es haber perdido la oportunidad que nos presenta este interesante momento. 

No es un sueño de verano, ni teorías de la utopía de gestión, las economías del conocimiento que están impulsándose así lo ponen de manifiesto. Es lamentable que la reforma laboral, haya orillado esta posibilidad, son precisamente estas orientaciones, las que pueden dar un impulso decidido a salir de la crisis. Un discurso que resalte claramente las bondades de la democratización del sistema productivo. No es resucitar viejos paradigmas, sino un nuevo signo de innovación en el funcionamiento de la segunda democratización, aquella que resalta la gestión con participación de todos en el proyecto, para aprovechar este momento y reestructurar la empresa para que sea de todos “nuestra”, y alejarnos del fantasma del dominio financiero. En los sistemas participativos, la creatividad, la transparencia, la rendición de cuentas y la innovación, se promueven y se dan como forma a esa idea de gestionar. Es necesario que se produzca un ambiente laboral favorable, un proceso entre personas, con un clima que mejore las relaciones, para que a su vez mejore los rendimientos. Los incentivos no se miden siempre en salario, hay factores que pueden pesar más que los puramente materiales, el salario no lo es todo, y las decisiones participativas y la distribución de beneficios que se aplique mirando el fortalecimiento de la estructura de la empresa en el futuro, son la garantía de puestos de trabajo y también crean un nuevo paradigma. Si trabajamos participativamente, obtendremos incentivos para la innovación colectiva, y será un puente para democratizar y convertir en transparente al sector privado y al público, con el fin que nunca jamás puedan resurgir las tramas de corrupción. 

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